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lunes, 19 de noviembre de 2012

Sanación Reconectiva

Sanación Reconectiva.
Reconexión
Esto es algo NUEVO! ¡Es DIFERENTE! ¡ES REAL!

“Es hora de saber que somos Luz y de permitir que la sabiduría que creó el cuerpo fluya por él.”
Es hora de permitir que se activen todos nuestros potenciales y
 Capacidades como Seres Humanos.
De evolucionar hacia una percepción más amplia de ti mismo y del Universo.
De que sepas cuál es tu propósito de vida y de que lo realices.
Es hora de Re-conectarte con tu Ser interno y multidimensional.
Dr Eric Pearl

Debes esperar un minuto para ver las imágenes.  Agradezco a esta paciente que me permite mostrar los registros de su cuerpo durante su reconexión. Noviembre 2012




Historia de la Reconexión

El Doctor Eric Pearl ha suscitado el interés de los médicos y de los investigadores más importantes en todo el mundo.
Durante los años 1980 y 1990, Eric Pearl, doctor en Quiropráctica en el Cleveland Chiropractic College de Los Angeles, dirigió uno de los centros más importantes en Quiropráctica en esta región. En el mes de Agosto de 1993, descubrió que poseía un “don” inusitado. Tras 12 años de práctica, este don se transformó rápidamente en un instrumento de curación de otro tipo: el canal a través del cual fluye la sanación.
Gradualmente fue dejando la quiropráctica, ya que las actividades (seminarios y consultas) relacionadas con su “don”       fueron creciendo. Ayudaba a gente con todo tipo de enfermedades, tumores malignos, enfermedades relacionadas con el SIDA, el síndrome de la fatiga crónica, las malformaciones de nacimiento y la deformidad de los huesos.
Llamado también el “Quiropráctico de las Estrellas” ha adquirido el estatus de doctor brillante y muy popular. El hecho de haber estudiado con maestros como el Dr. Virgil Chrane y el Doctor Carl Cleveland, ha permitido que el Dr. Pearl sea uno de los pocos terapeutas, que a la quiropráctica tradicional le haya incorporado técnicas originales procedentes de una antigua tradición que ha resucitado del olvido.
Tanto a nivel informal como clínico, los pacientes (¡y los médicos!) han sido testigos de sanaciones que se producían cuando Eric colocaba simplemente sus manos cerca de ellos.





Debes esperar un minuto para ver las imágenes. Son reveladoras



¿Por qué yo?

Si estuviera sentado sobre una nube mirando el planeta para encontrar una buena persona a quién otorgar uno de esos dones, de los más raros y de los más buscados en el universo, no sé si alargaría mi brazo más allá de las distancias infinitas para apuntar con mi dedo, en medio de la multitud, a un chico como yo y exclamar: ”!Él! Es él! Es él, quién debe tener ese don.”
Quizás sea necesario explicar cómo sucedió exactamente. Tuvieron que pasar más de doce años hasta que fundé la más importante clínica de quiropráctica de Los Ángeles.
Tenía tres casas, un Mercedes, dos perros y dos gatos. Todo hubiera sido perfecto si hubiera sabido gestionar mejor mi dinero y mi consumo de alcohol. También tuve que poner fin a seis años de relación, pero el Prozac me ayudó mucho a superar aquellos momentos.
Seis meses más tarde, me encontraba en la playa de Venice, en California, con mi ayudante. Ella insistió en que me leyera las cartas una adivina judía gitana la playa. “No quiero que una adivina me lea las cartas en la playa” – contesté tajantemente. “Si esta judía gitana fuera realmente competente, la gente iría a su casa; no llevaría su mesa, su mantel, sus sillas y todo sus bártulos ridículos a una playa abarrotada de gente, con la esperanza de pescar a algunos clientes confiados para someterlos a su visión del futuro y menos aun esperar que la paguen por este privilegio.”
“La conocí en una fiesta y le dije que iríamos. Me sentiría muy avergonzada si no nos leyera las cartas” – me contestó mi ayudante y –añadió- que la señora ofrecía lecturas por 20 dólares y también por 10 dólares. Mirando a mi ayudante a los ojos entendí que era inútil protestar. “De acuerdo” – refunfuñé, llevaba 10 dólares en la mano y sabía que era la mitad de lo que nos quedaba para la comida del mediodía. Caminé enérgicamente hacia la mujer, me senté en su silla plegable y le tendí mis 10 dólares pensando que ya tenía hambre.
A cambio de mi dinero, recibí una interpretación del presente aceptable y me gustó oír como ésta adivina judía gitana me llamaba “Bubbelah” (diminutivo judío que significa “pequeño chico”). Cuando se iba me dijo: “Además, ofrezco tratamientos personales que unen las líneas de los meridianos del cuerpo a la red energética del planeta, lo que nos vuelve a poner en contacto con las estrellas y los planetas”. Me comentó que como sanador era algo que necesitaba.” Y me aconsejó leer “el libro del conocimiento: las claves de Enoch”. Intrigado, le pedí cuánto costaría ese tratamiento. Me dijo: ”333 dólares” a lo cual contesté: “No, gracias”.
Hubiera podido ser el final de la historia con la cartomántica pero los caminos de la mente son misteriosos. No podía quitarme sus palabras de mi cabeza. Al mediodía, cogí los últimos minutos de mi hora de almuerzo para ir a la librería esotérica de la zona a hojear el capítulo 3.1.7 del Libro del conocimiento: las llaves de Enoch. Este capítulo habla sobre las líneas axiatonales. La lección más importante que recibí ese día, fue que descubrí que si existe una obra escrita para no ser leída rápidamente tenía que ser aquella. Sin embargo, ya había leído bastante. Y lo que había leído, iba a obsesionarme hasta tal punto que me resigné a romper mi hucha y llamar a esa mujer.
El tratamiento se daba en dos sesiones y en dos días de intervalo. El primer día le di el dinero y mientras me acostaba en una camilla, me decía a mí mismo que jamás había hecho algo tan tonto. ¿Cómo había podido dar 333 dólares a una perfecta desconocida para que dibujase líneas sobre mi cuerpo con sus dedos? Pensaba en todo lo que hubiera podido hacer con ese dinero, cuando repentinamente, tuve la inteligencia de reconocer, puesto que se lo había dado ya, que era mejor dejar de quejarme y prepararme para recibir lo que podía ocurrir. Entonces, me quedé tranquilo, listo y receptivo. No sentí nada, absolutamente nada. Al parecer, podía ser el único en la habitación en tener aquella certeza. Y como ya había pagado la segunda sesión, debía volver el domingo para la segunda parte del tratamiento.
Esa noche, sucedió una cosa muy extraña. Hacia una hora que dormía cuando me despertó mi lámpara de noche (lámpara que tengo desde los diez años) la cual se encendió repentinamente. Cuando abrí los ojos, tuve la fuerte sensación que había alguien en la casa. Cargado de valentía con un cuchillo, un aerosol de pimiento y mi Doberman, registré toda la casa. Nadie. Volví a la cama con la extraña sensación que no estaba solo, que alguien me observaba.
A primera vista, la segunda sesión empezó casi como la primera. Pero el parecido se terminó aquí. Mis piernas no estaban tranquilas. Tenían el síndrome de “las piernas locas” que pasa de vez en cuando en medio de la noche. Enseguida esa sensación de baile de San Vito se adueñó de mí; tenía escalofríos por todo el cuerpo. Me quedé acostado con dificultad. Aunque las ganas de levantarme fueran muy fuertes para quitarme esa sensación fuera de mis células, no me atreví a moverme. ¿Por qué? Porque había pagado 333 dólares y quería lo mío ¡esa era la razón! Un momento más tarde todo había terminado. Era un día caluroso del mes de agosto y en la habitación no había aire acondicionado. Estaba muerto de frío y los dientes me castañeaban mientras esa mujer se apresuraba a taparme con una manta. Me quedé así cinco minutos hasta que mi cuerpo volvió a recuperar su temperatura normal.
Había cambiado. Ignoraba lo que me había pasado y no hubiera podido explicarlo. Pero sabía que no era la misma persona que antes. No sé muy bien como, pero volví a mi coche y me fui hasta mi casa como si mi coche supiera el camino. No me acuerdo de nada del resto del día. Lo único que sé es que, al día siguiente, estaba en el trabajo y la odisea empezó.
Tenía la costumbre de pedir a mis clientes que se quedaran de 30 a 60 segundos en la camilla después del tratamiento para permitir que su cuerpo aceptara el nuevo alineamiento de las vértebras. Siete de los tratados ese lunes, los cuales me visitaban desde hacía 12 años en mi consulta y uno de ellos, una nueva clienta me preguntaron si había dado vueltas a la camilla mientras estaban acostados. Otros me preguntaron si alguien había entrado en la sala durante el tratamiento porque sintieron la presencia de varias personas de pie o andando alrededor de la camilla. Tres de ellos tuvieron la sensación de que alguien corría alrededor de la camilla y otros dos me confesaron que tuvieron la sensación que alguien volaba a su alrededor.
Durante mis doce años de quiropráctico, nadie me había contado algo parecido. Y lo curioso es que los siete me describieron el mismo fenómeno el mismo día. Ocurría algo extraño. Además de los comentarios de mis clientes, mis empleados también me dijeron: “Tiene un aspecto diferente. Su voz suena diferente. ¿Qué le ha pasado durante el fin de semana?“ No iba a decírselo. “Oh, nada” contesté, preguntándome que había ocurrido durante el fin de semana.
Mis pacientes me comentaban que sabían con anticipación donde les iba a poner las manos. Las podían notar a unos centímetros de su cuerpo. Se convirtió en un juego el ver cuán acertados estaban al saber donde les iba a colocar las manos. Pero se convirtió en más de un juego cuando empezaron a recibir sanaciones. Al principio, los pequeños dolores desaparecían. Al parecer, los pacientes venían por la quiropráctica, entonces realizaba el tratamiento correspondiente, y después les pedía que se quedaran acostados y con los ojos cerrados hasta que les dijera de abrirlos. En esos instantes, aprovechaba para colocar mis manos por encima de su cuerpo. Cuando se levantaban, el dolor había desaparecido y querían saber lo que había hecho. Siempre les respondía: “Nada, y no hable con nadie de esto” Era tan eficaz como confiar un secreto a alguien y pedirle que no lo contara a nadie.
La gente empezó a llegar de todas partes para las sesiones de sanación. No entendía mucho lo que ocurría. Por supuesto, quería hablar con la mujer que me reconectó con estas líneas axiatonales. “Tiene que proceder de algo que está en usted. Quizás la experiencia de vida que tuvo después de la muerte de su madre, en el momento de su nacimiento, tiene algo que ver con eso”, dijo y añadió, “no conozco a nadie que haya reaccionado de esta manera. Es fascinante” Fascinante. Al parecer estas palabras querían decir que tenía que ir por mi cuenta.
A principios de octubre, aparecieron manifestaciones físicas de mi transformación. Una clienta sufría de una degeneración ósea severa de las rodillas, desde su infancia. Puse mis manos encima de su rodilla. Y cuando las quité, su rodilla estaba mejor pero mis manos estaban cubiertas de minúsculas ampollas que desaparecieron a las tres o cuatro horas. Este tipo de inflamaciones me ocurrieron varias veces. Cada vez que las tenía, todo el mundo en el edificio venía a verlo. (Podía haber cobrado los derechos de entrada). Luego, un día, la palma de mi mano empezó a sangrar. No es broma. La sangre no salía como se ve en las películas religiosas o en los periódicos, a borbotones. Más bien, era como si hubiera una aguja clavada en mi mano. Pero igualmente era sangre. La gente de mí alrededor, me dijo que era seguramente una iniciación. “¿A qué?” pregunté. Y ¿Como lo sabían? ¿Por qué no lo sabía? ¿Quién lo sabía?
Tomado de la Web


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