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miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Mientras Espero Desespero?


Mientras espero, prefiero escribir y así el tiempo pasa a mí alrededor sin que yo pueda advertirlo.
Estoy sumergida en esta sopa de letras intentando ordenarlas de forma clara para que mi alma exprese con sabiduría su sentir.
Me pregunto: ¿Cuándo me volví insensible a las cosas valiosas de la vida?
Hace poco, pasaba horas mirando las hormigas ir y venir con sus grandes cargamentos a cuesta, atrapaba mariposas con las manos sólo para contemplar de cerca sus mágicos colores, tomaba cada vaquita de San Antonio (mariquita) para pedirle un deseo y luego permitirle remontar su vuelo, trepaba árboles y pasaba horas escondida tras las ramas mientras observaba a los adultos de ese tiempo que ni siquiera advertían mi presencia allá arriba en las alturas, mientras me manchaba y saboreaba unas moras o higos verdes.
Cuando corría bajo la lluvia, sin importar lo que le sucediera al cabello o a los zapatos, sólo quería abrir mi boca para beber de ese líquido sagrado, como yo lo llamaba.
Cuando escondida entre los médanos de San Bernardo imaginaba que eran los impenetrables bosques del Amazonas, sin miedo a que cualquier cosa me picara, para ese entonces dejaba con agrado que mis amig@s me enterraran en la arena, combinando con la definida construcción de castillos que el mar desmoronaba una y otra vez, pero que yo volvía a construir con la certeza de que nadie iba a entrar a esa fortaleza de arena húmeda y conchillas construida con moldes de vasitos y baldes.
Saltaba olas de 20 cm, que por mi pequeñez imaginaba gigantescas, que con su blanca espuma me acompañaban de un solo golpe hasta la orilla donde siempre estaban los pies de papá o mamá.
Cuando andaba en bicicleta y me lanzaba temerosa por las únicas bajadas pronunciadas que tenía mi ciudad, en busca de esa hermosa sensación que generaba el recorrer de la adrenalina en mi cuerpo.
Recuerdo que pasaba tantas horas en la vereda de mi casa bajo el sol hasta que la noche nos sorprendía entre cuentos y dulces carcajadas con mis amig@s.
Las horas que pasaba descubriendo las figuras que encontraba escondidas en las algodonadas nubes.
Y ahora qué?
Ahora aprendí a disfrutar también de otras cosas simples y que llenan mi corazón y lo ensanchan de alegría, del aroma de una flor, el canto de un pájaro, la sabiduría de un árbol, mis pies tocando la tierra, contemplar las millones de formas y colores que tienen las piedras, sentir la dulzura de tener las manos entrelazados con mi esposo, la satisfacción que provoca la risa de mis hijos, del silencio oportuno, la libertad de ser ahora como soy, de las lágrimas, las sonrisas, las palabras, las canciones.
De la sabiduría adquirida en estos años, de no pisar el césped, recoger un papel de la calle sin importar quien lo tiró, de apagar las luces innecesarias, utilizar el agua con responsabilidad, mirar al otro sin juicio.
Maravillarme en una noche oscura donde sólo brillan las estrellas buscando a la osa mayor, quedarme boca abierta cuando la luna llena alumbra mi ventana y me hace suspirar todavía, sorprenderme ante la perfección de las curvas de la media luna.
Todo tiene sentido, nada está fuera de lugar, todo es perfecto y yo vibro en ese todo, yo decido responsablemente si me permito tomar la vida o la dejo pasar simplemente sin hacer nada.
Ya es tiempo de dejar de quejarme de las cosas triviales, que ya sé que sólo suceden para hacerme crecer, prefiero experimentar de cada situación o persona que pasa en mi vida, porque es una nueva oportunidad de avanzar.
A veces siento miedo y a veces no. Todos los sentimientos me pertenecen el tiempo de espera ya pasó.
Ahora a correr, mirar, amar, vivir la vida honrando a todos los que están y a los que ya no están y principalmente a los que no se pueden quedar.
Nadie puede cuidar a nadie, nadie puede ocupar otro lugar que no sea el propio.
Gracias mi Dios por esta mañana de espera que me permitió esta reflexión y este encuentro conmigo misma.
Adriana Fresta

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